SOBRE EL TRABAJO / Patricio Castro

Si bien nuestra práctica aparece bajo la autoría de Trabajos de Utilidad Pública (TUP), este nombre, no tiene por intención designar la labor de un colectivo, ni la de una agrupación o la de una asociación de ningún tipo, en el sentido convencional de una entidad autorial de una “obra”. Más bien, TUP intenta dar nombre a cierta movilidad, a cierta dinámica, dada por decisiones tomadas en un camino en recorrido, que ocurren en un lapso, que tienen por ahora un inicio y que visibilizan sólo nuestra intención de construir-operando. Es lo que llamamos una zona de trabajo.

Nos parece significativo compartir la atención que ponemos a nuestro quehacer como zona de trabajo, el hacer plástico-visual de esta zona, porque creemos que allí se encuentran algunas luces que permitirían pensar luego la comunidad, la colectividad, la vecindad, la relación de uno y los otros.

No tenemos un estatuto ni un manifiesto que indique la ruta, nuestro campo disciplinar es diverso como también nuestros intereses. No fuimos ligados por la universidad, solo hemos mantenido a lo largo del tiempo, el que nos conocemos individual y grupalmente, muchas conversaciones, espaciadas y discontinuas, nunca le hemos puesto el acento a ninguna en particular, nunca hemos planeado nada para hacer de o con ellas algo, solo hasta ahora, construir esta zona de trabajo.

Hemos trabajado en lo que por ahora llamamos “intervenciones plásticas del espacio público”, instalando una deriva grupal, impulsada por las preguntas que ese enunciado sugiere, instalando la conversación como ejercicio plástico.

Un acontecimiento largamente conversado fue el del gesto plástico de varias casas que en sus entradas y sobre los pilares de sus rejas fijaban esferas que las coronaban, coloreadas con rojo y negro, el dibujo de bajo relieve de sus cascos, dejados por el molde de una pelota plástica vaciada con cemento.

La imagen ligada a la dinámica que generó, la apropiación del gesto y la proliferación en el barrio de otras pelotas con otros colores y de otros deportes, inclusive la del mundo, pelota plástica que tiene bajo relieve la forma de los continentes, hizo que fijáramos la atención y el deseo en emprender una deriva movilizada por preguntas sobre el Hacer en ese barrio, otra deriva de la primera concepción del conversar, ahora en tanto una conversación entre hacedores.           

Trabajamos en dos asentamientos urbanos: la villa Jaime Eyzaguirre y la villa Simón Bolívar, ubicadas en la comuna de Macul y Peñalolén respectivamente y separadas por la Av. Américo Vespucio, actualmente Autopista Vespucio Sur y la Línea 4 del Metro de Santiago de Chile.

La primera fue un asentamiento programado desde las políticas habitacionales del Presidente Eduardo Frei Montalva en los años sesenta. La Población Simón Bolívar (llamada inicialmente “Guerrillero Manuel Rodríguez”) fue un asentamiento programado por movimientos de pobladores bajo la operación “toma de terreno”.

Fijar un punto de inserción, la fachada de esas casas, era un asunto táctico que consistió en considerarlas piezas visuales altamente expresivas, realizadas por sus moradores. También, que eran el resultado de la reflexividad de la ciudad en la calle como mosaico de singularidades domiciliarias y que cada una de ellas era la palabra materializada que daba a la calle, vale decir, de lo privado a lo público. En cada fachada estaba en juego la historia del modo de habitar de sus moradores, que literalmente, daban la cara al entorno, poniendo su particularidad en la escena pública.

Permitía saber de la diseminación del deseo vecinal en esas villas, era ubicarse en la membrana que filtra y exhibe los residuos de sus habitantes, en tanto huellas de lo movilizado.

Era saber de hombres y mujeres que han venido construyendo sus viviendas desde finales de los 60 y comienzos de los 70, unas en Operación Sitio en los planes de autoconstrucción y otras a partir de la toma, acto realizado en este caso, por los maestros de la CORVI que durante los 70 terminaban de construir parte de la Jaime Eyzaguirre y que vieron en los terrenos aledaños la posibilidad de dar vivienda propia a sus familias.

Era saber de procesos, de construcción, del levantamiento de un territorio, era entreleer en las huellas de las decisiones tomadas, era saber de dibujo, ese saber que se sabe haciendo, porque para saber de dibujo hay que dibujar, de una o de otra manera ficcionar un momento, construir un escenario que permita un choque entre materiales y en ello leer, a través de los residuos de ese choque, aquella fantasía que desborda hacia el infinito, viaje que nos relaciona, que nos ubica en un mismo flujo.

Dibujar es leer y chocar al mismo tiempo, quizás así pueda entenderse la escritura, poner en escena un estado de las cosas, describir poéticamente ese instante, esas cosas, ese choque, esa lectura, ese gesto, esa luz, esa textura en ese impacto escriturario.

Provocar un choque del que se desprenda la mayor cantidad de esquirlas y la mayor cantidad de destellos, luz que ilumine zonas, no las de la Villa en su dimensión concreta, sino las de nosotros (TUP) y sus habitantes.

Provocar el encuentro era ponernos a cada uno de nosotros en la misma situación, estar allí con lo puesto, era decir cada uno con lo suyo, donde cualquier desprendimiento, de cualquiera de nosotros, producto del roce de caminar dichos lugares constituiría huella de nuestro trabajo, discontinua y esporádica, como la línea, luz, textura de nuestro dibujo, un dibujar que ya se abría a las multiplicidades que disuelve la frontera entre lo nuestro y lo de ellos.

Cada táctica emprendida, cada decisión tomada era constitutiva de trama, al mismo tiempo que relacionaba, dirigía la energía constructiva, haciéndose visible como huella de la decisión tomada a través de la cual podíamos tener contacto real con los otros. La invitación a realizar una intervención plástica en el espacio publico, ha sido una invitación a realizar arte, o sea a ponerse en camino de una práctica, preguntarse todo, todo el tiempo con acciones, actos concretos (poner el cuerpo como objeto de trabajo) y en ello, con lo levantado por el roce y su fricción, iluminar las formas de ese hacer individual-colectivo vecinal, hacerlas rendir en tanto trabajo plástico, realizado por pobladores, un dibujo puesto en acto por TUP que repara en el hacer cotidiano de esas villas como otro dibujo, el dibujo de sus vidas.